Los llamados pueblos barbari
Roma había entrado en contacto con otros pueblos situados más allá de sus fronteras, al norte del Danubio y al este del Rin, a los que denominó con el nombre genérico de barbari o extranjeros, a pesar de que pertenecían a muy variadas etnias, aunque en su mayoría fueran germánicos y hubiesen tenido un origen común. El sentido del término es altamente peyorativo, pues hacia alusión a gentes de un nivel cultural inferior, sin embargo es una idea discutible porque algunos de estos pueblos, por ejemplo los visigodos, fueron capaces de crear una cultura importante.
En términos generales podemos afirmar que se trataba de pueblos nómadas o agrupaciones de tribus cambiantes, que originarios de Escandinavia y de los territorios del Báltico, recorrían Europa occidental en busca de pastos para sus ganados, de caza o pesca, o de botín, y se había expandido a lo largo de las fronteras del mundo romano. Su aspiración era encontrar lugares donde instalarse y poder desarrollar una agricultura sedentaria combinada con la ganadería vacuna, enfrentándose por ello entre sí.
Ya en el siglo I antes de Jesucristo, los galos llamaron a los ejércitos imperiales para que les ayudasen a destruir el reino que el suevo Ariovisto había fundado en la Alta Alsacia, sobre el que obtuvo una importante victoria Cesar, rechazando a este pueblo al otro lado del Rin. Desde entonces el río se convirtió ya en frontera natural entre germanos y romanos, y los contactos fueron haciéndose más frecuentes. Posteriormente, a través de la obra de Tácito, Germania, primera obra sobre estos pueblos, escrita en el siglo I d.C. los romanos comenzaron a darse cuenta de que eran muchos y muy distintos los grupos tribales y pueblos de raza germánica que poblaban la Europa central, al tiempo que aprendían de ellos cómo era su armamento y organización militar, su religión, sus instituciones fundamentales, sus poblados y sus viviendas, costumbres, relaciones familiares, comidas, régimen de vida, etc.
A pesar de la continua defensa que mantuvo Roma frente a los peligros exteriores, y de manera especial, desde el gobierno de Augusto que trató de consolidar las conquistas realizadas, el limes se fue convirtiendo no tanto en frontera que separaba dos mundos distintos, como en la zona de contacto que facilitaba una relación entre ambos, logrando mantener, durante los largos períodos de paz, estrechas relaciones comerciales y políticas, llegando, incluso, a asentarse familias germanas en la línea divisoria. También desde tiempos de Augusto se produjo la entrada de germanos en las filas del ejército romano, primero como auxiliares y, más tarde, en puestos de mayor responsabilidad, como fue el caso de Arbogasto, el vándalo Estilicón y Recimer, quienes modificaron el arte de la guerra, dando movilidad a los pesados cuerpos del ejército romano y enseñándoles a actuar con mayor ligereza. Es más, algunos de los emperadores que gobernaron en el imperio en el siglo iii, como Maximino y Filipo el Arabe, habían nacido fuera de las fronteras del Imperio.
No obstante, fueron también numerosas las incursiones protagonizadas por francos y alamanes (pueblo confederado) que saquearon durante años las provincias del Imperio e hicieron violentas incursiones por la Galia, España, Italia y el Norte de Africa, pues el sistema defensivo no era bastante coherente.
Destruyeron campamentos romanos, saquearon y destruyeron florecientes ciudades, obligando a fortificarse a las villas agrícolas y provocando la aparición del hambre en las tierras que asolaban. Durante muchos años los emperadores romanos trataron de evitar la catástrofe y algunos lo consiguieron después de duras pruebas como sucedió durante el breve reinado de Decio (249-251), Diocleciano (285-305) y Constantino (306-324) quienes lograron frenar estas invasiones. Pero a lo largo del siglo iv la invasión de los pueblos germánicos dentro del Imperio se convirtió en un hecho irreversible.
Roma había entrado en contacto con otros pueblos situados más allá de sus fronteras, al norte del Danubio y al este del Rin, a los que denominó con el nombre genérico de barbari o extranjeros, a pesar de que pertenecían a muy variadas etnias, aunque en su mayoría fueran germánicos y hubiesen tenido un origen común. El sentido del término es altamente peyorativo, pues hacia alusión a gentes de un nivel cultural inferior, sin embargo es una idea discutible porque algunos de estos pueblos, por ejemplo los visigodos, fueron capaces de crear una cultura importante.
En términos generales podemos afirmar que se trataba de pueblos nómadas o agrupaciones de tribus cambiantes, que originarios de Escandinavia y de los territorios del Báltico, recorrían Europa occidental en busca de pastos para sus ganados, de caza o pesca, o de botín, y se había expandido a lo largo de las fronteras del mundo romano. Su aspiración era encontrar lugares donde instalarse y poder desarrollar una agricultura sedentaria combinada con la ganadería vacuna, enfrentándose por ello entre sí.
Ya en el siglo I antes de Jesucristo, los galos llamaron a los ejércitos imperiales para que les ayudasen a destruir el reino que el suevo Ariovisto había fundado en la Alta Alsacia, sobre el que obtuvo una importante victoria Cesar, rechazando a este pueblo al otro lado del Rin. Desde entonces el río se convirtió ya en frontera natural entre germanos y romanos, y los contactos fueron haciéndose más frecuentes. Posteriormente, a través de la obra de Tácito, Germania, primera obra sobre estos pueblos, escrita en el siglo I d.C. los romanos comenzaron a darse cuenta de que eran muchos y muy distintos los grupos tribales y pueblos de raza germánica que poblaban la Europa central, al tiempo que aprendían de ellos cómo era su armamento y organización militar, su religión, sus instituciones fundamentales, sus poblados y sus viviendas, costumbres, relaciones familiares, comidas, régimen de vida, etc.
A pesar de la continua defensa que mantuvo Roma frente a los peligros exteriores, y de manera especial, desde el gobierno de Augusto que trató de consolidar las conquistas realizadas, el limes se fue convirtiendo no tanto en frontera que separaba dos mundos distintos, como en la zona de contacto que facilitaba una relación entre ambos, logrando mantener, durante los largos períodos de paz, estrechas relaciones comerciales y políticas, llegando, incluso, a asentarse familias germanas en la línea divisoria. También desde tiempos de Augusto se produjo la entrada de germanos en las filas del ejército romano, primero como auxiliares y, más tarde, en puestos de mayor responsabilidad, como fue el caso de Arbogasto, el vándalo Estilicón y Recimer, quienes modificaron el arte de la guerra, dando movilidad a los pesados cuerpos del ejército romano y enseñándoles a actuar con mayor ligereza. Es más, algunos de los emperadores que gobernaron en el imperio en el siglo iii, como Maximino y Filipo el Arabe, habían nacido fuera de las fronteras del Imperio.
No obstante, fueron también numerosas las incursiones protagonizadas por francos y alamanes (pueblo confederado) que saquearon durante años las provincias del Imperio e hicieron violentas incursiones por la Galia, España, Italia y el Norte de Africa, pues el sistema defensivo no era bastante coherente.
Destruyeron campamentos romanos, saquearon y destruyeron florecientes ciudades, obligando a fortificarse a las villas agrícolas y provocando la aparición del hambre en las tierras que asolaban. Durante muchos años los emperadores romanos trataron de evitar la catástrofe y algunos lo consiguieron después de duras pruebas como sucedió durante el breve reinado de Decio (249-251), Diocleciano (285-305) y Constantino (306-324) quienes lograron frenar estas invasiones. Pero a lo largo del siglo iv la invasión de los pueblos germánicos dentro del Imperio se convirtió en un hecho irreversible.
Trascendencia del gobierno de
Constantino y triunfo del Cristianismo
Entre las transformaciones producidas en el Imperio Romano en el ámbito socio-económico
durante el siglo ni no podernos dejar de mencionar la importancia que tuvo la
expansión del cristianismo en el Imperio. La decadencia generalizada del
paganismo tradicional romano facilitó el hecho de que el cristianismo fuera pasando
de ser considerado como una mera secta del judaísmo a ser una religión con
ambiciones universales. La tolerancia mantenida, en términos generales, por las
autoridades romanas durante más de dos siglos, se vio truncada en el siglo III
cuando el emperador Decio promulgó un edicto que suponía la incompatibilidad
entre la Iglesia y el Estado. Medidas posteriores desembocaron en los edictos
de persecución generalizada promulgados bajo la Tetrarquía. (El sistema de la
Tetrarquía había sido promovido por el emperador Diocleciano para salvaguardar la unidad del Imperio: ostentación del poder por cuatro titulares de los que
dos se titulaban Augustos y los otros dos, subordinados a ellos, Césares).
La solución a este problema en el que se encontraban los cristianos se produjo con la disolución de Tetrarquía al llegar al poder Constantino, hijo de uno de los tetrarcas que habían gobernado con Diocleciano. Las rivalidades imperiales surgidas entre los años 305 y 312, concluyeron en la batalla del Puente Milvio, al norte de la ciudad de Roma, en Ia que Constantino obtuvo la victoria, y su enemigo, Majencio, se ahogó al intentar cruzar el Tíber en su huida.
Este episodio fue significativo no solamente porque supuso un cambio en las fronteras de los territorios controlados por los emperadores rivales, pues con la victoria de Constantino, Italia y Africa se unieron a Britania, Galia y España, ya en su poder, sino también y de manera especial porque está asociado directamente a la conversión de Constantino al cristianismo, acontecimiento de suma importancia, al menos a largo plazo, pues a partir de ese momento comenzó la construcción de los primeros edilicios abierta y explícitamente cristianos.
Al año siguiente, se promulgaba el llamado “Edicto de Milán” (313) por el que Constantino y su colega Licinio, en la parte oriental, promulgaban una total libertad de cultos para sus súbditos. Desde entonces, los cristianos gozaron de la tolerancia estatal y al ser su fe un hecho social importante y en auge, el Estado romano, sin abandonar en principio su paganismo oficial, la protegió y utilizó. Este acontecimiento facilitó la tarea organizativa de los obispos y concilios quienes tomaron parte en las contiendas doctrinales y vincularon paulatinamente la legitimación religiosa del estado al Cristianismo.
Los descendientes directos de Constantino, salvo el caso excepcional de Juliano “el apóstata” en la terminología cristiana, obraron como sinceros cristianos. La tolerancia hacia el paganismo oficial continuó hasta tiempos de Teodosio, católico por convicción, que fue el artifice de la conversión del cristianismo en la religión del Estado, cuando en el año 380, declaró en Tesalónica al cristianismo en su versión ortodoxa como única fe del Imperio, quedando, por tanto, proscritos el paganismo y la herejía. No obstante, la acomodación del cristianismo a las estructuras políticas del Imperio fue un proceso largo, marcado por una serie de altibajos: como también lo fueron las relaciones entre la cultura pagana y cristiana.
La solución a este problema en el que se encontraban los cristianos se produjo con la disolución de Tetrarquía al llegar al poder Constantino, hijo de uno de los tetrarcas que habían gobernado con Diocleciano. Las rivalidades imperiales surgidas entre los años 305 y 312, concluyeron en la batalla del Puente Milvio, al norte de la ciudad de Roma, en Ia que Constantino obtuvo la victoria, y su enemigo, Majencio, se ahogó al intentar cruzar el Tíber en su huida.
Este episodio fue significativo no solamente porque supuso un cambio en las fronteras de los territorios controlados por los emperadores rivales, pues con la victoria de Constantino, Italia y Africa se unieron a Britania, Galia y España, ya en su poder, sino también y de manera especial porque está asociado directamente a la conversión de Constantino al cristianismo, acontecimiento de suma importancia, al menos a largo plazo, pues a partir de ese momento comenzó la construcción de los primeros edilicios abierta y explícitamente cristianos.
Al año siguiente, se promulgaba el llamado “Edicto de Milán” (313) por el que Constantino y su colega Licinio, en la parte oriental, promulgaban una total libertad de cultos para sus súbditos. Desde entonces, los cristianos gozaron de la tolerancia estatal y al ser su fe un hecho social importante y en auge, el Estado romano, sin abandonar en principio su paganismo oficial, la protegió y utilizó. Este acontecimiento facilitó la tarea organizativa de los obispos y concilios quienes tomaron parte en las contiendas doctrinales y vincularon paulatinamente la legitimación religiosa del estado al Cristianismo.
Los descendientes directos de Constantino, salvo el caso excepcional de Juliano “el apóstata” en la terminología cristiana, obraron como sinceros cristianos. La tolerancia hacia el paganismo oficial continuó hasta tiempos de Teodosio, católico por convicción, que fue el artifice de la conversión del cristianismo en la religión del Estado, cuando en el año 380, declaró en Tesalónica al cristianismo en su versión ortodoxa como única fe del Imperio, quedando, por tanto, proscritos el paganismo y la herejía. No obstante, la acomodación del cristianismo a las estructuras políticas del Imperio fue un proceso largo, marcado por una serie de altibajos: como también lo fueron las relaciones entre la cultura pagana y cristiana.
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